Luego de seis años de régimen de extrema derecha el país y su gente ha experimentado cambios interesantes. Varios de ellos como resultado de la obvia -y necesaria- respuesta militarista a los criminales cabezadura de las pseudoguerrillas. Me refiero a ciertas personas que en el pasado se declaraban antirrégimen y ahora, como por arte de magia, hacen parte del 86% de la popularidad que ostenta la cleptocracia.
Esa metamorfosis la veo como parte de un problema doble: producto de la cultura patriarcal se obtiene un infantilismo político tal que hace necesario para la personas la búsqueda de un líder.
Me explico: ante la ausencia de una figura paterna fuerte, quienes no han hecho la purga sicológica de esa falencia se ven ciegamente atraídos por quien la reemplace, en este caso el caudillo.
Y es tan frecuente ese comportamiento que hasta las gentes educadas en la fraternité, la egalité y la liberté se dejan seducir por el chalán mayor.
Pero el peor de los casos lo conocí recientemente. Una pareja, ambos descendientes de alemanes llegados al país huyendo del horror de la dictadura Nazi de la preguerra. A ellos quizás se les olvidó de lo que huyeron sus antecesores pues hoy día no tienen ningún problema en adorar al caudillo y hacer respetar al régimen al costo que sea.
Qué frágil es la memoria humana... y que débil es la voluntad.
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