Dice el lugar común que los pueblos se merecen a sus gobernantes; yo añadaría que también a sus estafadores. Así, mientras la rueda de la fortuna de Wall Street se cayó encima de las principales economías del mundo, a Colombia le cayó el patético, miserable e igualmente codicioso esquema de las pirámides.
Para los lectores que viven fuera de este país hay que explicarles que las pirámides son una vieja y recurrente forma de defraudación de codiciosos, sean o no empujados por la necesidad o la miseria.
La crisis económica del país se ve causada por dos grandes fenómenos: efectivamente, el efecto dominó de Wall Street hace que el primer mundo consuma menos, razón por la cual se vea obligado a despedir personal -entre quienes se encuentra el 10% de la población colombiana desplazada por la miseria económica, política y social del país. Así pues, al ser despedidos cesan el envío de remesas a sus familiares que hoy por hoy son la principal fuente de divisas del país. Al haber menos divisas, pues, se contrae el consumo interno, las empresas deben recortar producción y nómina y, finalmente, la economía entra en recesión.
El segundo fenómeno es el provocado por la ineptitud y complacencia del Gobierno frente al bollo de las pirámides. Desde hace tres años vengo escuchando por la radio y leyendo en la prensa los comerciales de unas de ellas y las denuncias de algunos medios al respecto.
Ante el problema hay cuatro consideraciones pertinentes: primera, no hay quien se haya metido en las pirámides por inocente; por el contrario, el afán de ganar dinero fácil impulsó a millones a meter sus ahorros y, peor, a arriesgar el patrimonio familiar. A eso se le llama codicia y, aún por necesidad o miseria, en la Edad Media era calificada como pecado capital imperdonable aún por la justicia divina y punible en lo más profundo de los infiernos.
Segunda, ni el más inocente de los mortales se come el cuento de que una inversión lícita deja en el corto plazo esos porcentajes de utilidad; y estando en Colombia, es sabido de marras el respaldo de los narcodólares en este tipo de negocios. En consecuencia, no es posible que ahora esos seudoincautos codiciosos oportunistas vengan a dárselas de víctimas, a quejarse de que lo perdieron todo y que si por favor una ayudita... que coman de eso que tanto les alimentaba hace solo unas semanas, ¡codiciosos!
Tercera, sospechosamente el Gobierno nacional permitió el crecimiento de esta defraudación al punto de que se le está cayendo encima a la reelección, cuando para el más elemental de los seres humanos la captación ilegal de dinero público es un delito.
Cuarta, si bien el Gobierno debe apresar a los especuladores y obligarles a devolver los dineros, no puede ser posible que el Gobierno destine recursos del Estado -como agentes liquidadores, empleados de taquilla receptores, etc- para rescatar a los que por codicia lo perdieron todo.
De manera que, por si faltara una prueba más de la ineptitud de este Gobierno, no solamente cohonesta con corruptos y paracos sino, además, con codiciosos. Paradojas de la seguridad democrática, dirán los defensores del sistema.
En otras palabras: la fortuna de los pueblos es inversamente proporcional a la educación adquirida, o piramidalmente opuesta a la riqueza de su cultura.
lunes, 1 de diciembre de 2008
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1 comentario:
Totalmente de acuerdo. Pero se me partio el corazon al ver el testimonio de un man muy humilde diciendo que habia perdido todo lo que tenia. Como siempre los pobres llevaron las de perder y los de billete reidos.
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